Cinco grandes inventos que fueron desafortunadamente cuestionados
El coche, el teléfono o los ordenadores son elementos habituales de la vida moderna, pero en sus orígenes hubo quien creía que no tendrían utilidad
Los avances científicos y tecnológicos siempre han
encontrado cierta resistencia por parte de grupos de personas reacios a
aceptar las mejoras que ofrece la vida moderna. En ocasiones, quienes
expresan su opinión contraria a la utilidad de esos inventos son
personas conocidas y con influencia, por lo que sus opiniones son
ampliamente reproducidas. Esto hace que cuando el tiempo les quita la
razón sus desafortunadas palabras les sigan persiguiendo por los siglos
de los siglos.
Para escarnio de sus autores, en el blog «Xataka ciencia»
nos ofrecen una lista con cinco ejemplos en los que reconocidas
personalidades de su época se oponían a la adopción de avances sin los
que hoy la vida no sería igual:
1.-El tren de «alta» velocidad
Con el rápido desarrollo de los ferrocarriles de
vapor en la primera mitad del siglo XIX, la posibilidad de que una
locomotora alcanzara una velocidad mayor que la de un carro tirado por
caballos motivó gran cantidad de ideas absurdas. Una de ellas se la
debemos al profesor de filosofía natural y astronomía del Colegio
Universitario de Londres Dionysus Lardner, que en 1830 publicó un artículo en el que aseguraba que viajar
en ferrocarril a velocidad elevada «no es posible porque los pasajeros,
incapaces de respirar, morirían de asfixia». No sabemos que habría
opinado de los actuales trenes de alta velocidad, capaces de superar los 300 kilómetros por hora.
2.-El automóvil
En 1876, un congresista de Estados Unidos expresaba sus
reticencias sobre el motor de combustión interna afirmando que este
avance debía ser desechado, ya que implicaba fuerzas «de una naturaleza
demasiado peligrosa para que encajara en ninguno de nuestros conceptos
habituales».
Años después, en 1903, el empresario norteamericano Chauncey Depew advertía
de que aún no había hecho su aparición «nada que pudiera sobrepasar al
caballo y a la calesa». Ambos no tuvieron más remedio que tragarse sus
palabras.
3.-El teléfono
A pesar de que, tal y como contábamos ayer, Gardiner Greene
Hubbard comenzó a apoyar todas las investigaciones de Alexander Graham
Bell después de que este se casara con su hija Mabel,
cuando en 1876 asistió a una demostración del teléfono, le espetó al
que sería su futuro yerno la desafortunada frase: «¡Bah! Sólo es un
juguete».
En la misma línea se expresó el presidente estadounidense
Rutherford B. Hayes, quien aseguró que aunque se trataba de un invento
asombroso, nadie querría usar uno. William Preece,
ingeniero jefe de Correos en Inglaterra también mostró sus escasas
dotes como visionario al señalar que los americanos necesitaban este
invento, pero no los británicos, ya que tenían gran cantidad de
muchachos mensajeros.
4.-El agotamiento de las ciencias
A comienzos del siglo XX muchas
personas opinaban que las ciencias no podían avanzar más de lo que ya
lo habían hecho. Así, se atribuye al científico británico Lord Kelvin la desafortunada frase
«Ahora no hay nada nuevo que descubrir en Física. Todo lo que queda son
mediciones cada vez más precisas». Los importantes avances registrados a
lo largo de los cien años siguientes demostraron lo equivocado que
estaba.
Algún tiempo más tarde, el físico austríaco Ernst Mach señaló que
podía aceptar la teoría de la relatividad tan poco como aceptaba la
existencia de átomos y de otros dogmas por el estilo. Mientras, el
biólogo J. B. S. Haldane publicaba un libro en el que afirmaba que era
inconcebible que la herencia se transmitiera mediante una molécula. La
confirmación de la Teoría de la relatividad y el descubrimiento de la
estructura del ADN les quitaron merecidamente la razón.
5.-Los ordenadores
En los inicios de la informática, ni siquiera los directivos de las empresas llamadas a liderar esta revolución confiaban en ella. Así, se dice que en 1943, Thomas J. Watson,
presidente de IBM aseguró que solo existía mercado para unos cinco
ordenadores en todo el mundo, mientras que en 1977 el fundador de Digital Equipment Corporation,
Ken Olsen, afirmó que no había razón alguna para que alguien pudiera
tener una computadora en el hogar. Hoy en día, la afirmación sería la
contraria.
También Internet fue fuente de cientos de predicciones que
advertían de que la popularización de la red degeneraría en una sociedad
formada por individuos aislados, puesto que ya no necesitarían salir de
casa para pasar tiempo con los demás. La experiencia, por suerte, ha
demostrado justo lo contrario.